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PRINCIPIOS
En el transcurso del año 1974 la Universidad del Salvador vive el proceso que va a culminar en el desligue, momento de su historia en que la Compañía de Jesús confía su conducción a los laicos de la Asociación Civil. Cuando la Universidad, a través del Consejo de Laicos manifiesta la intensa necesidad de preservar su identidad, el R. P. Provincial le presenta el Documento "Historia y cambio", donde quedan delineados los puntos en los que la Nueva Universidad del Salvador deberá apoyarse para ser fiel a sí misma, para rescatar su "continuidad en el espíritu jesuítico: lucha contra el ateísmo, avance mediante el retorno a las fuentes, universalismo a través de las diferencias"..

Estos tres pivotes orientarán la espiritualidad y la misión de la Universidad del Salvador. Será una Universidad "fundada en la fe, es decir crítica e innovadora", una institución que, llevada por un sentido trascendente, religioso de la vida, ponga de manifiesto la crisis del ateísmo moderno -desde su perspectiva inmanente-, su imposibilidad de juzgar globalmente la aventura del hombre contemporáneo. Una Universidad cuya acción hacia adelante sea fiel a las fuentes marcadas por la institución organizante de San Ignacio de Loyola. Una Universidad que asuma la "seguridad de que la verdad encarnada sólo se muestre en el juego diverso de lo creado".


Historia y Cambio•

"Sé muy bien que más de una vez os atormento cuando parece que impongo nuevo peso a hombros ya en demasía sobrecargados; tomad ... las obras ya comenzadas, no como si tuviésemos la obligación de seguir conservándolas todas; antes bien, analizad con otros ojos, como si ahora por primera vez se tratase de establecer la provincia desde sus cimientos, lo que tenéis y lo que todavía no tenéis. Abandonad con fortaleza lo que es de menos importancia, emprended lo que de veras la tiene mayor ..."

Padre Janssens S.J.
Vieja y Nueva Universidad del Salvador
Su continuidad en el espíritu Jesuita
Tres rasgos salientes


A. Lucha Contra el Ateismo

El ateísmo moderno es un tema cargado de significaciones; una de ellas tiene especial interés para la construcción de una Universidad distinta: se trata de las consecuencias que acarrea la ausencia de un sentido trascendente (religioso) de la vida, en la comprensión de los fenómenos históricos y sociales.
El mundo moderno es una suerte de despliegue triunfante de las más diversas experiencias históricas. Tanto el capitalismo como el marxismo han realizado plenamente su sentido en grandes estados y colosales imperios.

La realización práctica de las ideologías básicas de la época toma necesaria, como contrapartida, la determinación de sus límites, como paso previo a su superación.
Mientras las grandes ideologías eran sólo propuestas más o menos abstractas y no realizadas, se creyó ingenuamente que sería su propia dinámica inmanente la que fijaría sus límites. Transformadas en realidad, convertidas en camino recorrido durante décadas, la situación es otra. Lo inmanente no ha cumplido con sus promesas. Se necesita ahora una visión distinta, aunque no siempre opuesta, que las trasciende. En breve: es preciso un criterio trascendente, una actitud religiosa para juzgar eficazmente a la historia.

Sólo lo trascendente permite recuperar la noción del salto definitivo hacia la liberación, y a través de esta noción profundamente religiosa, volver a lo cualitativo y a lo distinto. Sin lo trascendente, no es el hombre el que empuja la historia, sino las fuerzas inertes del progreso técnico. Si se ausenta, es imposible comprender el fin de una época y la posibilidad de una civilización distinta se esfuma en una infinitud "progresista"de signo tecnocrático.

La crisis del ateísmo moderno reside en su incapacidad para juzgar globalmente las grandes aventuras del hombre contemporáneo. Su inmanentismo le impide totalizarlas e ir más allá de lo meramente cuantitativo. No supera los límites del mundo moderno porque no los encuentra, limitándose a colocar el futuro en la extensión indefinida de experiencias históricas que considera esencialmente inmodificables.

Ante el encierro ateo, resurge con toda su fuerza la necesidad de un sentido trascendente de la vida, aproximándose el más grande renacimiento religioso que ha conocido el hombre.
No existe en nuestros días un pensamiento verdaderamente crítico que no cuente con una dimensión trascendente; es el único capaz de innovar críticamente experiencias históricas que llevadas por su inmanencia han terminado en lo puramente cuantitativo.

La lucha contra el ateísmo, en síntesis, no se diferencia de la crítica trascendente al mundo contemporáneo.

En esta tarea, el mayor aporte obtenido por el pensamiento trascendente proviene de su antagonista ateo.

Así como el futuro se elabora a partir de lo actual, también la actitud trascendente que guía su construcción incorpora, mediante el discernimiento, los elementos del ateísmo que comportan una crítica válida a las manifestaciones enajenantes y a las civilizaciones tramposas de lo religioso.

El renacimiento religioso que aguarda el mundo volverá a lo esencial de sí mismo, atravesando el ineludible tamiz crítico del ateísmo moderno; así alcanzará su mayor triunfo ante el más temible de sus adversarios, al incorporar a su seno lo mejor y lo más válido que éste posee.

En esta perspectiva actuará la Nueva Universidad del Salvador: será una Universidad fundada en la Fe, es decir, crítica e innovadora.

El nuestro es un pueblo fiel; un pueblo creyente. Esa es su fuerza.

Esa Fe popular ha sido -y es- despreciada por la soberbia ilustrada que, en su ceguera, la ha calificado sucesivamente de credulidad y alineación.

Pero la Fe de nuestro pueblo es más profunda que sus críticos. Y así muestra que su cristianismo no es un formalismo teórico, superficial y feble, sino una práctica concreta y cotidiana, de amor y solidaridad. Para él, Jesucristo no es sólo un Dios, sino Aquel que dejó el amor entre los hombres.

Y éste, como lo saben en el fondo de su alma los más fríos escépticos, es la única fuente de los cambios profundos, el único sustento de una revolución por la justicia y la paz..


B. Avance Mediante el Retorno a Las Fuente

El futuro se alcanza profundizando el camino recorrido. Es un proceso de vuelta a los orígenes, o mejor dicho, de afirmación de las diferencias.
No es un intento de crítica externa de la experiencia realizada, sino la asunción como propia de una travesía de la que se es parte.

En cambio, por eso, no consiste en la imitación servil de modelos ajenos o en el abandono de lo propio, sino en la continuidad crítica de los movimientos populares del signo nacional, protagonistas esenciales de la Argentina moderna.
Más aún, el resurgimiento cultural de la América Latina exige retornar a las líneas maestras de su tradición hipánico-indígena, como fundamento del cambio revolucionario hacia un futuro en el que se reconozca.

Exactamente el mismo criterio debe aplicarse a la construcción de la Nueva Universidad del Salvador. Por eso, el espíritu que debe presidirla es el mismo con que la Compañía de Jesús ha reconsiderado su misión apostólica global.


C. Universalismo a Traves de las Diferencias

Desde los comienzos de su historia, la Compañía de Jesús comprende y respeta las diferencias históricas, culturales y psicológicas que confieren su sello intransferible a los pueblos de la tierra.

Empujada por el espíritu evangélico de su fundador, afirma desde sus inicios el contenido universalista de su acción. Una es la verdad de Cristo, pero múltiples e intransferibles sus manifestaciones históricas y humanas. Sólo en el juego diverso de lo creado se muestra la verdad encarnada.

No es extraño que la Compañía enfrente a la entonces naciente pretensión liberal-burguesa de homogeneizar la realidad histórica y humana del mundo, mediante la acción conjunta del centralismo estatal y el racionalismo iluminista, en detrimento de la riqueza multifacética de lo creado.
Entre las experiencias misioneras más importantes de la Iglesia, se encuentran las que han sido obra de la Compañía de Jesús. En China como en el Río de la Plata, la Compañía se niega a ser la justificación religiosa de la expansión europea, al brindar a los pueblos misionados los elementos organizativos y sociales que les permitieron el libre desarrollo de su individualidad cultural, integrándolos en lo universal a través de una Fe sentida como propia.
La Compañía es fundacionalmente universalista; y por ello contraria a los internacionalismos homogeneizantes que, por "la razón" o por la fuerza, niegan a los pueblos el derecho a ser ellos mismos.
Cuando en este momento de su trayectoria varias veces centenaria, enfatiza el apostolado social, dirigiéndose al encuentro con los agentes de cambio -los pueblos- no hace más que retornar a su sentido originario, criticando con inusitada valentía sus desviaciones históricas.

Superado el largo repliegue histórico iniciado a mediados del S. XVIII, durante el cual debió aceptar, por lo menos tácita y parcialmente, las reglas de juego de su adversaria, la sociedad del lucro y el individualismo, la Compañía vuelve a desplegar a pleno sus banderas iniciales de comunidad, fe y disciplina, al servicio de los pueblos.

Concibiendo el apostolado social como la inmersión religiosa en la vida de los pueblos, la Compañía afirma prácticamente, que sólo a partir de esa concreción es factible la construcción de una sociedad más humana, es posible "hacer la Justicia".
Y es allí, en los pueblos -personas estructuradas por antonomasia- que la Iglesia reconoce y reafirma -y dentro de la Compañía- su sentido de disciplina y su concepto de organización.

Coherentemente, la Congregación General XXXI, orienta el apostolado de la Educación hacia las "... soluciones de tipo regional dada la gran variedad de circunstancias de unos países con respecto a otros y por el hecho que nuestra enseñanza constituye sólo una parte muy pequeña del conjunto educacional de cada Nación".


Jorge Mario Bergoglio, S.J.
Provincial
Buenos Aires, 27 de agosto de 1974