Colegio Juan XXIII - CMT 3.77

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Brigadier San Martín 231 - Yocsina
Malagueño, X5101
Argentina

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El Padre Palau es el fundador de las Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas. Nació en Aitona – España el 29 de diciembre de 1811, en una familia humilde, sencilla pero muy cristiana. Era un niño muy responsable y obediente. Le gustaba el estudio, leer la Biblia y desde muy joven manifestó su deseo de consagrarse a Dios como sacerdote. El maestro y el Cura Párroco del pueblo, convencieron a sus padres ya que Francisco tenía mucha capacidad e inteligencia para que comenzara los estudios en el seminario.
Francisco ingresa al Seminario donde Dios irá haciendo en él su obra para gloria de la Iglesia. En el Seminario descubre que su vocación es ser sacerdote pero Religioso Carmelita. Al cumplir 21 años de edad deja el Seminario e ingresa al convento de los Padres Carmelitas.
A Francisco le tocó vivir en un siglo de crisis y persecuciones, de éxitos y de fracasos. El y muchos de sus compañeros fueron encarcelados más de una vez, sufriendo todo por fidelidad y amor a la Iglesia.
La fuerza y eficacia para su tarea misionera la obtenía en la soledad donde se comunicaba con Dios por medio de la oración.
Sus lugares preferidos para hablar con Dios eran grutas solitarias. Allí se define como orante y misionero apostólico.
Pronto en Aitona, se corre la voz de la bondad y de la entrega generosa del Padre Francisco. Todos acudían a él.
Un grupo de chicas jóvenes se dirigen a él y le manifiestan el deseo de consagrar sus vidas en bien de los más necesitados.
Aprovecha el tiempo de paz que reina en España para desplegar su actividad apostólica como catequesis de niños. También se dedicó a la catequesis de adultos, especialmente para la clase trabajadora, para ellos creó la Escuela de la Virtud. Los enemigos de la religión logran el cierre de la Escuela de catequesis. Predica hasta el agotamiento porque quiere que todos conozcan y amen a la Iglesia. Su trabajo apostólico lo hacía alternando, con días de retiro y soledad en el peñasco de “El Vedrá”.
En 1860 su amor a Dios, a la Iglesia y a los hombres lo lleva a realizar su obra cumbre. La fundación del Carmelo Misionero teresiano se dedican a: los enfermos, a la educación, catequesis parroquiales, los ancianos, marginados evangelización en zonas rurales, jóvenes universitarios. Después de sufrir terribles persecuciones, cárceles, destierros, malos entendidos, etc., comenzó a resentirse su salud.
Rodeado de su familia religiosa, que él con gran amor la fundara, entregó su alma al Señor el 20 de marzo de 1872.
Una de sus últimas palabras fueron:
“Muero por ella, la Iglesia, mi amada”