Según la leyenda, el té fue descubierto en China por casualidad. O por capricho del viento… El emperador había ordenado que se hirviera toda el agua antes de ser bebida; y estando él en su jardín, el viento depositó unas hojas dentro de la vasija que le habían alcanzado. El aroma que se alzó inmediatamente lo decidió a probar la infusión resultante.
Siglos después, los veleros más rápidos llevaban el té desde la India, China, Japón y Ceilán hacia Europa. Quienes llegaran primero podrían vender a mejor precio su carga. Eso creaba una competencia entre fabricantes de barcos, capitanes y tripulaciones. Pero siempre ganaba el viento. Él llevaba el perfume y lo esparcía por la ciudad como una buena nueva para todos.
Tomar té: un viaje con el viento.